lunes

La niña del río


Mi abuelo, para trasladarse a la mina tenía que levantarse a las 3 de la madrugada para iniciar su camino a pie por el monte, así mismo pasaba por la orilla de un rio, y en una ocasión, vio una pequeña niña vestida a la moda antigua (en esa época habrá sido de mediados de 1800) que le hacía señas, y cuando se acercaba la niña desaparecía. Así transcurrieron varios días en que al pasar por la orilla del río mi abuelo veía aquella aparición, y al comentarle a sus compañeros de trabajo (mineros rudos de provincia, no se mofaban, como pudieran pensar ustedes, sino al contrario, se santiguaban con temor y le decía a mi abuelo -”Háblale al ánima Flaviano, a lo mejor te lleva al enterradito”-. (Enterradito llamaban ellos a un “tesoro”
enterrado que posiblemente estuviera custodiando el ánima o aparición y por lo mismo no podía descansar).

Un día de descanso -raro en aquellos tiempos- mi abuelo se levantó pensando que se le había hecho tarde. Recriminó y reprendió a mi abuela (que apenas contaba con 14 años de edad, cosas de la época), salió corriendo por la vereda hacia la mina; ya estaba clareando y se extrañó de no encontrar a ninguno de los trabajadores por el camino, hasta que llegó a la orilla de aquel rio y se acordó que no había trabajo.

Aquel día, dispuesto y más molesto aún, dio media vuelta para regresar a casa cuando de pronto vio a esa niñita de no más de 5 años con un vestido inmaculadamente blanco y sus botitas blancas también sin una mancha de tierra o lodo. Mi abuelo se acercó y le preguntó: - ¿Qué haces aquí solita, criatura del señor, estás perdida?
La niña le contestó:
- Sí, hazme un favor, llévame al otro lado del rio, de aquel lado está mi casa y si me atraviesas te daré todo lo que quieras. Mis papás tienen mucho dinero.

Mi abuelo, con desconfianza y trabajando su mente a mil por hora, pensó ¿cómo es posible que una niña de esa edad esté por aquí, a estas horas y en época de lluvias sin una sola mancha ni siquiera en los zapatos?
La niña le volvió a decir:
- Ándale señor, cárgame y llévame al otro lado del río, esta es la parte menos onda y no me quiero ensuciar, te daré todo lo que quieras.

Ante la insistencia de aquella niña mi abuelo accedió a llevarla pero sólo hasta la mitad del rio. Cuando se acomodó a la niña en la espalda ella le inquirió:
- Solamente no vayas a voltear oigas lo que oigas, del otro lado estará una gran vasija de monedas, pero no vayas a voltear.

Cuando le dijo esto ya iba por la tercera parte del río, cuando empezó a sentir que el peso que traía a sus espaldas empezaba a ser cada vez mayor, y cuando quería voltear a ver qué pasaba, la voz de la niña le decía:
- No voltees por favor, apúrate, ya falta poco…

Cuando le faltaban unos cuantos metros para llegar a la orilla, la curiosidad fue más fuerte que aquel hombre, y al voltear cuál fue su sorpresa, que en vez de encontrar a la niña en sus espaldas encontró a una víbora (así la llamó él) enorme y gruesa con unos grandes colmillos y baba espesa que escurría por sus fauces. Al ver aquello mi abuelo gritó espantado “Ave María Purísima” al tiempo que aventaba aquella cosa al río.

En eso aquel ser le dijo:
- Te dije que no voltearas, ya te faltaba poquito. Señor, ¡¡¡ándale, llévame!!!.

 Mi abuelo no hizo caso y se empezó a alejar sin dar la espalda a aquel ser cuando éste se sumergió, y al sumergirse vio cómo al otro lado del rio empezaba a “arder” (expresión que aplican cuando hay una luz irradiando cierta parte del campo, la cual dicen, es ahí donde está el “enterradito”).

Bien, mi abuelo corrió a su casa y no contó lo sucedido hasta varios días después, con sus amigos del trabajo, los cuales le recriminaron que por qué no había escarbado adonde vió “arder”. Mi abuelo objetó que eso no era para él, que era cosa del demonio… Así pasaron varios días hasta que dos de sus amigos desaparecieron. Uno nunca lo encontraron y al otro lo hallaron vagando por el rumbo de la orilla del río repitiendo lo siguiente: “Yo te llevo al otro lado del río, yo te llevo al otro lado del río…”

Y antes de morir, ese amigo, en un destello de lucidez, les comentó cómo fueron la otra persona y él al lugar donde les dijo mi abuelo que había visto “arder” y en donde aventó a aquel monstruoso ser, y que lo único que recuerdan es a la niña pidiéndoles le ayudaran a atravesar el rio.



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