jueves

Preludio al caos



Las calles yacían solitarias y frías, dando un aspecto deprimente y febril. El silencio parecía absoluto. Lester, hombre animado de pocos escrúpulos, corría rápidamente por la acera, presa de una ansiedad poderosa que no dejaba que se detuviera. Sus ojos expresivos y nada calmados dejaban ver en su rostro una sensación de pánico que lo invadía. Volteó hacia atrás repetidas ocasiones en su carrera por encontrar su casa, y cada vez que lo hacía, su miedo se incrementaba. El sudor helado lo cubría y sus escandalosos pasos se escuchaban cada vez más fuertes. Cuando vio la puerta de su hogar, creyó que estaba a salvo de lo que lo perseguía, por lo que entró sin interrupciones y cerró bien.


La casa estaba a oscuras y muy silenciosa. Lester intentó encender las luces, pero no daba resultado. Su miedo aumentó: alguien… o algo, había cortado la electricidad. Él solo retrocedía lentamente sin quitar los ojos de la puerta que había cerrado bien. Su corazón palpitaba muy rápidamente. Entonces, algo lo dejó helado: se comenzaron a escuchar golpes en la puerta, muy fuertemente asestados. Uno… tras otro… tras otro… escuchaba como la madera crujía y crujía. Se paralizó, presa de un pánico indescriptible. Su espalda topó con la pared. Lester no se movía, y solo podía ver una sombra por debajo de la puerta. No, lo que golpeaba con tanto ánimo no era humano… no acorde a lo que había visto. Estaba arrepentido, se sentía como un idiota. Supo que cometió un gravísimo error, pero ya era muy tarde. De pronto, silencio. Ya no se escuchaba nada, en lo absoluto. Solo los sonidos de su respiración y su inquieto corazón, latiendo con mucha fuerza. Entonces, reaccionó: sacó algo de su bolsillo y corrió desesperadamente en busca un espejo. Sabía que el más cercano que podía encontrar era el de su baño, y no dudó en hacerlo. Subió las escaleras a toda velocidad, pero cuando llegó al pasillo del segundo piso, se dio cuenta de que ya no había oportunidad.

–– ¡No me mates! ¡Por favor, perdóname! ¡No debí haberlo hecho, juro que me arrepiento! ¡No! –– Gritó a todo pulmón ante la horrenda criatura que tenía en frente. Rogar era inútil. Lloraba, pero “eso” no se interesaba por sus lágrimas. Se acercó más y más a él… y la noche, más siniestra de lo usual, fue la única que atestiguó el horrendo y envolvente alarido que Lester profirió. Después… Todo quedó silenciado.


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