viernes

Jamás te Dejare Sola, Mi Amor



Se paró en frente de la vieja casa y respiró hondo. En su mano derecha, una Beretta 2F de 9mm, potente y precisa a corta distancia. Y en la izquierda, la foto de Amanda.

7 habían entrado a ver qué pasaba ahí, con todos esos gritos y gente perdida. Ninguno de ellos había salido.

Sonó el teléfono celular.

– Llegará una patrulla en menos de 10 minutos. ¿Estás seguro de que quieres entrar ahora?

– Si llegué antes es por algo, Teniente. Es algo como… Personal, por así decir.


– 10 minutos, Víctor. 10 minutos.

Amanda fue la última persona que entró a la Vieja Mansión Richards. Cuenta la Historia que Los Richard vendieron su alma a cierto demonio para obtener riquezas, pero al momento de los cobros, no respondieron. Eso derivó en el repentino silencio, eterno, de los miembros de la casa. Y de la casa como tal.

Curiosos entraban, pero no salían. Dicen que aquellos que husmeaban en la mansión servían como parte de pago, por la deuda dejada por aquella familia. Y eso cuenta a los oficiales de policía que nunca aparecieron.

La puerta sonó como el canto de mil Grillos, Víctor aún tenía idea de cómo aún no habían cerrado el lugar ese, después de todos los Oficiales desaparecidos. Esperaba no ser el N° 8.

Recorrió el lugar de con la mirada: dos escaleras por ambos lados y un pasillo que daba hacia un fondo desconocido. Por superstición, eligió ir por el medio.

La angustia se lo comía vivo, Amanda, su querida Amanda… Víctor estaba entre el eterno dilema de estas situaciones; sabía que su querida no estaba viva, pero sabía que lo estaba.

Piano. Se oía un golpe de puño sobre las notas graves de un piano.

Pum… Pum…

Constantes y desgarradoras. La linterna de Víctor parecía tener miedo ante tal escena, lúgubre, triste, todo corroído por el óxido, las termitas, el polvo… y la sangre. ¿Sangre? Si, sangre.

Pum… Pum…

Pistola en mano, firme y apuntando hacia una figura al final del dichoso pasillo. Al lado de un Piano, yacía un pequeño, no mayor de 8 o 9 años.

Pum… Pum…

– Curiosidad.

Víctor solo atinó a mirar, mientras el chiquillo se daba vuelta y se iba, como si nada.

Ya no había golpes de piano.

– Curiosidad… curiosidad…

Víctor dio vuelta y miro al 2do piso. Ahí estaba la clave.

Corrió y vio un corredor con puertas. Muchas puertas.

Pum… Pum…

La linterna empezaba a vacilar. Víctor debía ser rápido y terminar de ver qué pasaba. Las patrullas llegarían dentro de poco.

Sorpresa fue para el ver que ninguna puerta abría. Pero a medida que iba probando, sus manos iban manchándose con sangre, sin mencionar que se adentraba más y más dentro de la casa.

Estaba asustado, solo quería saber que fue de Amanda. Se limpiaba la sangre desesperado y respiraba profundo. Pum, Pum. El piano no lo dejaba en paz, sonando cada vez más fuerte a medida que se acercaba más y más al fondo, extrañaba a su chica, el aire estaba pesado y la sangre lo ponía tenso, pum, pum, el maldito piano, más fuerte aun, comenzó a correr, paso tras paso, la húmeda respiración agitada, las voces, la desfigurada casa, puerta tras puerta, perdiendo la esperanza…

…y, clic, se abrió la última puerta. Dejó de sonar el piano. La sangre se secó. Silencio.

Entró lento y tragando saliva. Apuntó con la linterna y vio 7 cuerpos, todos colgados de una soga. Tristemente vio a Amanda en la séptima, y al lado de ella, una octava soga, vacía limpia.

Víctor cayó de rodillas y se tomó la cara. Un par de lágrimas se asomaron y se deslizaron entre los dedos del desdichado. Sintió el sonar de las Sirenas y unos gritos de Megáfono.

– Aquí Víctor. Encontré los cuerpos. Los forenses se encargaran después…

El Teniente escuchó el tono de tristeza de Víctor y ordeno a los Móviles movilizarse de regreso a la Estación, mas él se quedó a esperarlo, sin decirle nada.

Por su parte, mientras Víctor se ponía de pie, el cuerpo de Amanda levantaba la Cabeza hacia su Querido.

– ¡Sácame, sácame de aquí! ¡Llévame contigo, mi amor, llévame!

Los ojos blancos de Amanda perturbaban aún más a Víctor, quien temblaba de solo ver la cruda escena de su novia, poseída o que se yo.

Pum… Pum…

Llorando, corrió por el pasillo, sintiendo que algo lo perseguía. No pensó en mirar atrás, no pensó en voltear. Solo corría mientras esos sonidos a pies descalzos se hacían rápidos y más rápidos. Veía que el pasillo se estiraba, las puertas temblaban y el piano se hacía cada vez más constante.

Idea de último momento: disparo al barrote detrás de la escalera y lo rompió con una embestida, justo antes de que los dedos de aquello que lo perseguía, lo rozaran. Cayó, se lastimó, pero siguió corriendo.

Llegó a la puerta principal. Una sonrisa se formaba en su rostro; era el único que lograría salir de ahí con vida.

Abrió las puertas y vio al Teniente.

– ¡Víctor! Ya sal de ahí, te espera el Hospital y un acenso…

…mas Víctor no salió.

No sonreía porque salía con vida. No sonreía por resolver un caso.

Cerró las puertas lentamente, mirando fijo al teniente, sonriendo. Tomándose su tiempo, regresó al pasillo del segundo piso y caminó hasta la puerta final. Entró, mirando con cariño el cadáver de su novia, y los de sus compañeros.

– Jamás te dejare sola, mi amor. Menos ahora que te encontré…

Un cajoncito sirvió para tomar altura, mientras Víctor ponía la soga alrededor de su cuello. Miro el cadáver de Amanda, quien le daba una tierna sonrisa al futuro colgado. Un crujido seco se sintió después, haciendo eco por todo el lugar.

La Mansión había cobrado su nueva víctima.

El Teniente pensó lo peor. En su mano derecha, una Beretta 2F. En su mano izquierda, una Radio de Largo alcance que nadie respondía.

Había que ver que había pasado con Víctor…



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