Hace tan sólo un par años, un viejo colectivero volvía a la terminal de ómnibus luego de un largo y cansado día de trabajo. Llovía fuertemente y la visibilidad del camino era casi nula. Luego de unas horas de camino, llegó al primer semáforo (su trayecto era por un camino de tierra en zonas rurales y luego volvía a la ciudad). Como quería llegar rápido a su casa, no lo respetó y siguió de largo. Mientras seguía, ocupado con sus pensamientos, no vio a la chica que pasaba por el camino. El colectivo pasó sobre ella como si de una piedrita se tratara. El hombre entró en desesperación. Al ser de noche, la calle estaba vacía y al no divisar a nadie, el colectivero continuó como si nada hubiese sucedido. Mientras seguía su trayecto hacia la terminal, preocupado por si alguien lo había visto, escuchó un sufrido y continuo llanto.”Qué extraño” pensó “todas las personas bajaron antes”. Pero cuando se dispuso a mirar por el espejo retrovisor, la visión que tuvo lo aterró. La chica que había atropellado lloraba desconsoladamente en el asiento trasero.
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