jueves

El Primogenito



La noche se sentía un tanto incómoda, incluso en la acostumbrada soledad del campo aquel. Un granja, animales, árboles frutales, madre e hijo. La cena ya se había servido, pero se enfriaba ante la ya aún más fría mirada de ambos, sentados, en silencio.

No había aire puro, no había intenciones santas.

Aquiles miraba de reojo a Mirna. La misma Muerte se sentiría incómoda ante tal escena; una relación sepulcral, que venía arruinándose desde hace un tiempo hasta aquí.


—Han desaparecido un par de animales más, hijo. Necesito que pongas más ojo durante las noches, las cosas no andan muy bien.

—Lo Tengo claro, Mirna. Aún no logro pillar al bastardo que se los roba. Un par de bocanadas y Aquiles se retiró de la mesa sin decir nada más. Mirna sollozaba en silencio mientras caminaba hacia su habitación. Se preguntaba qué era lo que pasaba con su retoño, en qué cosas andaría metido. Más que mal, él era su única familia después de todo.

También en silencio, dentro de uno de los establos y refugiado en la oscuridad del campo abierto, Aquiles tomaba un cerdo y de una certera estocada en el corazón, apagaba su vida. Aprovechando las pulsaciones post-mortem, rebanaba el cuello y dejaba que la sangre cayera sobre una copa dorada.

El ritual debía ser rápido. Su madre dormida no escuchaba los pasos hacia el comedor en medio de la noche, donde yacía la puerta hacia el subterráneo, del cual Mirna no sabía absolutamente nada.

El cadáver del cerdo fue colgado en la pared. Animales podridos repartidos en toda aquella habitación, sangre seca y óxido llenaban el lugar. Jaulas, huesos… cosas indescriptibles. Un pentagrama y velas daban el toque final. Un Mundo totalmente alterno, lleno de muerte y asquerosidad, lleno de pretensiones y ambiciones de riquezas. Aquiles bebió la sangre e invocó a Baal.


—Oh, Señor de lo Material, la sangre de un animal puro a través de mi cuerpo, para ti.

El negro se apoderaba del lugar. Oscuridad total y un ruido de golpe seco. Del cerdo ya no quedaba nada salvo algunas tripas y huesos, y en la espalda de Aquiles, la marca 6, de 7. Los gritos de dolor se apagaban por las ganas de tener el ansiado poder, el ansiado dinero. Debía soportar un ritual más, sólo un sacrificio más. El más grande.

Mirna no sabía de donde provenían aquellos olores. Tampoco sabía por qué carajo le faltaba un cerdo, y menos por qué la producción de su granja aumentaba poco a poco. No tenía sentido. Miraba a su hijo de forma tierna, lo amaba a él y a su granja, a pesar de las extrañas costumbres y actitudes que su primogénito.

Oscuro, siniestro. Tradición familiar que había dejado de traspasarse, pero que gracias al diario de su bisabuelo, había recuperado. Baal proveería lo que faltara, a costa de 7 sacrificios. Pero Baal es un demonio exigente y para nada conformista. La última de las entregas debía ser grande, debía doler… La granja tiene que prosperar de algún modo, ¿no?

Cayó la noche, y con ella, aires de que algo malo podría pasar. Aquiles no despegaba la mirada de Mirna. Ella apenas había probado la cena, el hambre no era más que una mera ilusión.

—Necesito mostrarte algo, madre. Tengo una sorpresa para ti.

Mirna se mostró algo inquieta.

—Dime qué es lo que quieres… ¿Qué es lo que te pasa, hijo?

—Sólo sígueme, ¿quieres? Aquiles tomó a su madre de la mano y paso a paso la llevó hacia una pequeña puerta, escondida debajo de un mueble de aquel comedor. La luna oscurecía poco a poco, los animales gritaban y el primogénito sonreía de placer. Se lamía los labios y murmuraba por lo bajo. Mirna estaba asustada, pero confiaba que su pequeño le daría una sorpresa, a pesar de que ya no había por qué pensar cosas buenas de nada.

Cerró la puerta con cerrojo. Mirna dio la vuelta y miró horrorizada a todos sus animales, uno por uno, podridos y colgando, adornando el lugar de forma lúgubre y magnífica. La belleza retorcida no era apta para todos, y eso Aquiles lo sabía de memoria. Mirna miró de vuelta a su hijo con terror, decepcionada, asustada.

—Será corto, Madre. Evitaré hacerte sufrir demasiado.

—Así que esto era… Así que en esto se iban mis animales… mi granja, todos los sacrificios…

Lágrimas brotaban de los ojos de Mirna. Y una sonrisa se escapaba de los labios de Aquiles. No había gente en kilómetros a la redonda. No había nada con que defenderse. No servían las oraciones ni las plegarias. Dios no existía en ese lugar, y menos, la esperanza.

—Piensa que serás una inversión a largo plazo, mamá. Ahora quédate quieta…

Un cuchillo de impecable filo hacía acto de presencia entre las manos asesinas del Primogénito. Murmullos y voces salían de las paredes. Los cadáveres en las paredes se retorcían y reventaban en pus y sangre. Y el pentagrama, listo y presto a recibir el nuevo sacrificio.

Aquiles tomó a su madre y comenzó un forcejeo. Gritaban, peleaban, el cuchillo buscaba el corazón esquivo de Mirna, quien luchaba con cada pedazo de su alma por salir viva de esto.

Arañazos, cortes, magulladuras, golpes, ya no quedaban energías para mucho más. El lugar ardía en calor y Baal ya empezaba a impacientarse. Los cadáveres chillaban aún más, desesperados, expectantes como el mismísimo Demonio. Lamentablemente para Mirna, las fuerzas no eran suficientes, y antes que una ráfaga furiosa apagara las velas y dejara el lugar a oscuras, vio el cuchillo justo delante de su pecho.

El Sacrificio ya estaba hecho.

Las velas encendieron como una explosión, y Baal flotaba en medio del pentagrama. Aquiles vio que su cuchillo ya no estaba en la mano, sino que enterrado su pecho, seguido de un tajo inmenso. Brotaba sangre a mares y las pulsaciones prácticamente se habían desvanecido. Se sentía débil y mareado. Peor fue su sensación cuando vio a su madre con un corazón en la mano derecha y una copa dorada rebosante de fluidos corporales en la izquierda.

—Sabías que los demonios pagan mejor con el primogénito de un Linaje, ¿no?

Mirna miró sonriente a su hijo moribundo. Se acercó a él y lo besó en la frente. En su espalda, una herida se abría, y Baal tomaba la sangre y el corazón.

—Eram quod Es, Eris Quod Sum, hijo.

Baal, terminando de beber y comer, tomó el cuerpo de Aquiles y lo desfiguró, dejando solo la piel y uno que otro órgano vital.

Mirna apagó las velas y terminó el ritual dando murmullos y agradeciendo al Señor de la Materia. Cerró el lugar para siempre.

Salió y miró con cariño a sus animales dormidos en las tinieblas del lugar maldito. No necesitaría sacrificarlos de nuevo. Por lo menos hasta que las cosas no anduvieran muy bien.



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